ESPAÑA

José García Molina, el vicepresidente olvidado por Pablo Iglesias

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José García Molina, candidato de Podemos a la Junta de Castilla-La Mancha, saluda a un vecino, durante una visita a un pueblo. FOTOS: E. M.

El coche de campaña está aparcado en el parking público del pueblo. Un Seat con 15 años de vida. 500.000 kilómetros. "Cuando entré en política tenía 200.000. De motor va bien, pero ya hay cosas cascadas", reconoce José García Molina, candidato de Podemos a la Junta de Castilla-La Mancha, que pasa por el cajero automático a abonar el ticket. Botella de agua de un litro debajo del asiento como avituallamiento en jornadas interminables, agotando depósitos de gasolina por carreteras comarcales.

- Usted es un político, ¿de Ciudadanos no?, inquiere el dueño del parking.

- No, de Ciudadanos no, soy de Podemos.

- ¡Ah, coño, sí! El de Podemos.

García Molina es el mayor cargo institucional de Podemos. Es vicepresidente de la Junta de Castilla-La Mancha, desde verano de 2017. Gobierna en coalición con el PSOE de Emiliano García-Page. La situación que ahora quiere calcar la dirección nacional de Podemos. Pero Pablo Iglesias no ha visitado al líder de Castilla-La Mancha. No sólo no ha compartido acto alguno con él, sino que no ha visitado la comunidad. Ni en la precampaña y campaña de las elecciones generales ni ahora. El respaldo se ha limitado a un tuit protocolario en las redes sociales. Ha delegado en Irene Montero, que visitó Toledo el 12 de abril, o en Pablo Echenique o Ione Belarra en actos de precamapaña.

«Hemos echado de menos un mayor respaldo desde Madrid. Que se hubiera puesto más en valor nuestra posición y nuestro trabajo. No dejamos de ser un ejemplo de lo que quiere ahora Podemos», explica García Molina apurando un café antes de afrontar tres entrevistas en apenas una hora. «Un poco más de cariño, de atención, porque además las cosas han salido bien. Se han aprobado el doble de leyes desde que entramos en el Gobierno».

García Molina es vicepresidente segundo, pero Podemos también está al mando de la Consejería para la coordinación del Plan de Garantías Ciudadanas, con Inmaculada Herranz Aguayo al frente. Una cartera codiciada por el partido, por considerarla muy ligado a sus principios e ideales políticos. Dos sillones en el Consejo de Gobierno. Un escenario idílico a día de hoy para la dirección nacional de Podemos.

Suena el teléfono de su jefa de prensa. Una jornada de campaña son tres baterías de móvil, mínimo. Primera entrevista del día, esta vez telefónica. La agenda va apretada y toca hacerla caminando, con ruidos de coches, de camino a una emisora de radio, donde habrá otra. García Molina responde en cada contacto con los medios a la polémica alimentada desde Madrid por su partido contra las donaciones a la Sanidad pública de Amancio Ortega. «Las preguntas más difíciles me las han hecho los alumnos en la facultad», bromea el candidato.

Apenas da tiempo a tomar una cerveza para paliar el calor. Hay que interrumpirla porque los medios esperan ya en la plaza del pueblo para una declaración. «¡Viva España!», gritan desde un coche al pasar al lado. «¡Viva!», responde García Molina, al que cuando llegó a política apodaron el Varoufakis de La Mancha. Es un día agitado: la Junta Electoral ha ordenado retirar unos carteles de Podemos tras la protesta del PSOE. «En Castilla-La Mancha los socialistas de corazón votan Podemos», era el eslogan, con una foto del candidato socialista, Emiliano García-Page. Una polémica que ha recorrido toda la semana y que ha terminado con la Junta Electoral expedientando a la directora de la radiotelevisión de Castilla-La Mancha por censurar la campaña. Se prohibieron los carteles, pero no las cuñas en radio.

García Molina recorre kilómetros en busca de votos. Su equipo tiene presente que en lugares como Albacete o Guadalajara se puede perder o ganar el escaño por un centenar de votos. Entrevistas, reuniones sectoriales, visitas a fiestas tradicionales... Todo encuentra sitio en una agenda que cambia sobre la marcha y a la que siempre se llega apurado. Tarde más veces de las que se quisiera.

En los pueblos castellanomanchegos abrasados por el sol de mayo, el personal de Podemos está caliente con sus jefes. Con «el matrimonio», como llaman a Pablo Iglesias e Irene Montero. «Es un canteo que no haya venido Iglesias», se queja un miembro del partido. «Es un castigo a José», denuncia en un pueblo otro miembro de la formación.

Se refiere a que García Molina fue el anfitrión del cónclave de los barones de Podemos que se reunió en plena crisis de Podemos por la fuga de Íñigo Errejón. Aquella cita supuso un punto de inflexión en el partido, porque se estructuró un contrapoder. Recientemente, horas antes de la reunión del máximo órgano de dirección tras las generales, algunos barones volvieron a reunirse. También estaba Molina, que se ha convertido en un rostro periférico con perfil propio más allá del núcleo duro de Iglesias.

Aspira a tener músculo suficiente para forzar al PSOE a cogobernar. Ser otra vez el espejo en el que se mire Iglesias, aunque no quiera.

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