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Perfil

El detenido por la muerte de Manuela Chavero, un solitario «con aversión» a las mujeres

Eugenio D.V. confiesa ha confesado que enterró a la mujer desaparecida hace cuatro años en una finca de su propiedad

Una amiga de Manuela Chavero dice que será «un alivio» resolver el caso EP
Cruz Morcillo

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«Es casi alérgico a las mujeres, les tiene aversión y, por otra parte, se obsesiona con ellas». Así define a Eugenio D. V. alguien que le conoce desde niño. Anoche fue detenido por la UCO que llevaba meses pisándole los talones. Ha confesado el crimen de Manuela Chavero y ha contado que la enterró hace cuatro años en una finca de su propiedad, a unos seis kilómetros de Monesterio, que ya ha vendido.

«Siempre estaba solo, ha tenido una vida muy complicada aunque eso no justifique nada, todo lo contrario porque ha traicionado a los pocos que le han ayudado». Los padres de Eugenio, vecino de Manuela, se separaron cuando él era un niño. Fue un divorcio difícil, que él vivió de forma traumática . Se quedó con su padre mientras su hermana se marchaba con su madre fuera de Monesterio e iniciaba otra vida. Era frecuente verle pegado a su progenitor, un hombre dedicado al campo, a sus fincas y a sus caballos, y con un punto autoritario. El chico hablaba mal de su madre, la culpaba de que su vida hubiera saltado por los aires.

Su progenitor también rehízo su vida y de nuevo la mala suerte llamó a la puerta de la familia. Fue Eugenio quien encontró a la pareja de su padre en el baño muerta tras sufrir un ictus, según la autopsia. La relación con su madre era casi inexistente.

Su vida se desarrollaba entre los caballos y el campo , sin amigos ni familiares cercanos. Solo su padre y su abuelo, hombres rudos, de campo, con el despliegue justo de afectos. Su timidez era una barrera continua. «No intimaba con casi nadie», explica la misma persona.

Su padre murió de cáncer hace unos años y el declive de Eugenio continuó. Empezó a malvender el patrimonio que había amasado , su familia, sin contar con su hermana en algún caso, según personas allegadas. Ni novias ni amigas especiales. Alguna obsesión con mujeres del pueblo con las que tenía cierto trato o conocimiento por el trabajo.

Tras la muerte del padre se trasladó a vivir a la que fue casa familiar en la calle Cerezo, a dos pasos de Manuela, que se había separado de su marido. Aquella madrugada debió de llamar a su puerta con cualquier pretexto. Quizá a ella le daba pena, como a otros en el pueblo.

La Guardia Civil lo tuvo en su radar desde el principio, como a otros. Lo llamaron a declarar. Contó que estaba en la playa con unos conocidos suyos también de Monesterio . Era verdad, estuvo de vacaciones unos días, pero no el que desapareció Manuela.

En los últimos meses el cerco se había estrechado contra él, pero faltaban elementos. Lo han citado varias veces en el cuartel. Él ha negado en todo momento saber qué le ocurrió a su vecina. Algunos más o menos cercanos también lo interrogaron. «¿Cómo voy a hacer yo algo así?», les decía. Le pisaban los talones. Lo detuvieron por robar señales de tráfico y colocarlas en uno de sus terrenos. También tuvo un contratiempo con cabezas de ganado. Su madre y su hermana lo habían visitado, algo que no ocurría desde hace muchos años.

A finales de agosto los agentes desplegaron hombres y medios alrededor de la casa de Chavero. Querían que los viera, que sintiera que iban a dejarlo tranquilo. La última parte de la historia está aún por escribirse. Pero tras callar cuatro años, anoche le arrancaron una confesión y lo más importante: el lugar donde dice que enterró a Manuela, la madre que estaba dispuesta a empezar una nueva vida. La Guardia Civil ya está buscando el cuerpo con la esperanza de que hable y se pueda llevar paz por fin a una familia y a un pueblo.

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