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Debate de investidura
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El plan, la banda, estar jodido

Políticos al borde de un ataque de nervios en el Congreso

Pedro Sánchez, durante su discurso de investidura, este lunes en el Congreso. En vídeo, Sánchez: "¿Usted a qué ha venido, señor Casado, a bloquear España o a facilitar que haya un Gobierno?".Foto: atlas | Vídeo: Álvaro García | atlas
Manuel Jabois

Pocas ganas de consenso tiene un hombre que, a las 12 del mediodía, coge un micrófono y dice: “Buenas tardes, ya”. Solo faltaba abrir en el Congreso el melón de hasta cuándo decir buenos días, si situarse en el formalismo (tarde es todo lo que está después del mediodía, siendo el mediodía las 12) o en la calle, donde mediodía es cuando se come y “buenas tardes” empieza a usarse después. En fin. Las dos primeras palabras y casi parte España: tiene un don, eso hay que reconocérselo. Ese don está sofisticándolo tanto que llegará un día que diga, a las 12 y un minuto, “Buenas tardes. Yo, con cebolla” y vuelva a su escaño a ver arder todo.

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Ese “buenas tardes, ya” fue, siendo considerados, la frase más aguda políticamente del discurso que dio Pedro Sánchez. Un discurso minuciosamente planificado para ser derivado a una u otra causa; un discurso que puede adaptarse a cualquier circunstancia, condición imprescindible para no adaptarse a ninguna. Por ejemplo: como Cataluña podía molestar a independentistas y constitucionalistas, la nombró como de pasada (un “Cataluña ya tal” de manual) y molestó a todos. Cuando acabó pudo despedirse con un “buenas noches” y nadie se hubiera sorprendido. Hay un Sánchez tediosito cuando no le tiene que contestar a nadie, y otro un poco más rumbero, aunque sin escándalo, en las réplicas. Circula un vídeo de él veinteañero como público en un programa de la tele donde toma el micrófono. Es de esas personas que cuando alguien dice si hay preguntas, responde que sí (no lo inviten a una boda).

Todo eso, algo parecido al aburrimiento, no se acabó cuando subió Casado a la tribuna, y es noticia. El líder del PP subió sin papeles y también sin drama. Fue duro, serio y ordenado. Hizo de líder de la oposición sin más aspavientos que los necesarios. Prueba del cambio de Casado, que no se sabe si es porque le ha dado un aire o simple estrategia a largo plazo, es que cuando dice cosas muy graves o alguna trola, ya no sonríe, sino que frunce el ceño. Poco a poco su rostro está llegando a un pacto con su discurso, un acuerdo de mínimos en el que de momento ya se ha conseguido que cuando diga cosas enfadado, frunza el ceño, y cuando haga bromas, ría. Parece poco, pero también Neil Armstrong dio un paso que pudimos haber dado todos: el carallo era llegar.

A Casado Teodoro García Egea le comía la oreja de vez en cuando. Los roles de los secundarios son para estudiarlos. Cayetana Álvarez de Toledo, por ejemplo, no se sumó a muchos de los aplausos que los diputados del PP tributaron a Casado. Había algo de resistencia épica al populismo de la ovación en el hemiciclo, que los socialistas llevaron al delirio con Sánchez (qué partido, el PSOE: es para estudiarlo). El articulista Rafa Cabeleira me apuntó otra posibilidad sobre la elegante dignidad de Álvarez de Toledo: “No le aplaude a un plebeyo ni aunque sea el líder de su partido”. Puede ser. Arrimadas, que se declaró dolidísima a la prensa antes de entrar (siempre está dolida por algo), interpela al orador (el orador siempre es Sánchez), señalando, riendo y respondiendo. Carmen Calvo aplaude y aplaude a su líder, completamente entregada. El segundo de Iglesias, ausente Montero, es su teléfono móvil, o sea, suponemos que Montero.

La tarde fue suya, de Iglesias. Ya lo fueron los debates electorales. Del mismo modo que la aparente moderación de Casado no es sino el viaje enloquecido de Rivera por la derecha adelante, de la que se puede decir, como España (aquella Paca Carmona de Martes y 13), que no se acaba con el mar, hay barca para seguir, quizá la estatura parlamentaria de Iglesias tenga que ver con la sensación (y aquí cuentan las sensaciones) de que Sánchez tiene que fingir una negociación para fingir luego la culpa ajena. Los pájaros pensaban que volaban, pero era el cielo, que caía. Iglesias le golpeó por todas partes hasta destripar, en directo y ante la Cámara, algo insólito, el desarrollo de las negociaciones. ¿Qué le dijo Calvo a Sánchez, tomando notas, en ese momento?

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De esas negociaciones dijo Rivera que se estaban haciendo en “la habitación del pánico”, que estrictamente es el lugar de la casa en que se refugian sus dueños si entran ladrones. No sabemos si la metáfora de Rivera gustó a Vox, para quienes la habitación del pánico será una “mariconada”. Pero algo hizo clic en la cabeza de Rivera en el último año que le ha convertido en lo que se pudo ver en el hemiciclo: el “plan Sánchez”, la “banda”, “estamos jodidos” y demás ocurrencias que si tienen como objetivo político liderar la derecha, qué imagen debe de tener de los votantes de derechas ese hombre.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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