España

Agotamiento e impotencia

ANÁLISIS

JORGE ARÉVALO

Exhausta y consumida por el drama catalán, la política española ha empezado el año arrastrando los pies e incapaz de avanzar en la construcción de otra agenda política distinta a la obsesiva e improductiva cuestión nacional. Los partidos políticos dan claras muestras de agotamiento al tratar la crisis catalana, clavada en un empate cerrado que amenaza con cronificarse. ¿Hasta cuándo? El mal catalán que padece España se ha extendido a todo el cuerpo nacional y con el transcurso de los meses, lo que empezó siendo un debate nacional con tintes noventayochistas ha acabado convertido en una discusión con detalles de carnaval. El agotamiento del cuerpo político y social por la tensión emocional a la que han conducido al país los partidos independentistas está derivando en la guasa y la chufla. Una mezcla insólita de realidad y ficción, sin saber a ciencia cierta dónde acaba una y dónde empieza la otra. El actor Albert Boadellatomó posesión como presidente de la república de Tabarnia desde una pantalla de televisión. El político fugado Carles Puigdemont pretende ser investido por el Parlament mientras pasea por un bosque de Bruselas. El ex presidente del Gobierno Felipe González se pregunta en una entrevista en la Ser por qué no puede ser presidente de la Generalitat un elefante, dado que no lo prohíbe el Reglamento. Los dirigentes independentistas que han de formar gobierno en Cataluña intentan hacer luz de gas al fugado para que se rinda, con la añagaza de una investidura telemática provisional que sería suspendida por el Tribunal Constitucional. «Vale, tú ganas, te elegimos presidente para un ratito y después debemos atacar la legalidad española para recuperar las instituciones de la cárcel del 155, así que propondremos otro candidato y tu serás la reina madre». Esto es lo que le vienen a decir a través de los medios sus colegas independentistas del PDeCAT y de ERC al candidato huido. Por surrealista que pueda parecer, un político fugado y perseguido por la justicia española, a la vez que premiado en las urnas, mantiene en vilo a todo un país -¿vendrá, no vendrá?- y suspendida la política nacional, la aprobación de los Presupuestos, la agenda de reformas y la recuperación de la normalidad institucional en Cataluña.

Gobierno, PP, PSOE y Podemos intentan cambiar el signo de la agenda política y el foco del debate. Lo intentan, pero no lo consiguen. Los tres partidos observan, atónitos, cómo les hunde la cuestión catalana. De hecho, Ciudadanos es la única formación que resulta beneficiada en los sondeos de intención de voto. El relato sobre España ha partido por el eje a la izquierda, razón por la que PSOE y Podemos quieren salirse de esa trampa. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han sido explícitos expresando su deseo de que pase de ellos el amargo cáliz catalán. Ambos hacen ruegos, públicamente, por un cambio en la agenda política. Que se hable de los problemas reales de los españoles -incluidos los catalanes-, de las pensiones, de la desigualdad, de la precariedad del empleo, de la financiación autonómica, de la violencia machista, de la pobreza energética, de la corrupción, de la educación. Sánchez dice que está empezando a notar el rechazo y el hartazgo de los catalanes a propósito de la investidura telemática de Puigdemont. Iglesias coincide en que «la gente está un poco cansada de estas cuestiones» y reconoció el fracaso de Podemos en «la guerra de banderas», al no ser capaz de llegar a los ciudadanos con su discurso social.

Lo más llamativo, sin embargo, es que el debate sobre España tampoco está dando réditos a Mariano Rajoy, el presidente comandante que ordenó el lanzamiento del 155 en defensa del Estado contra los rebeldes independentistas. Dirigentes del PP, politólogos y analistas tienen el reto de buscar las causas de este aparente imprevisto. Hasta ahora, la tesis imperante sostenía que si el debate sobre España se situaba en primer plano, el PP tendría todas las de ganar como depositario de las esencias nacionales. Con el 155, la mayoría absoluta volverá, sostenían los dirigentes populares. Los sondeos indican que ese relato está naufragando. ¿Por qué? A la espera de que se produzca el consiguiente debate en la Junta Directiva Nacional -tal vez la próxima vez-, algunos colaboradores de Mariano Rajoy empiezan a reconocer que el 155 se aplicó tarde y que el Gobierno permitió a los partidos independentistas llegar demasiado lejos. Otros dirigentes, sin embargo, aprecian que el debate nacional ya no es el bálsamo de Fierabrás para los males del PP porque la marca y el liderazgo están muy desgastados. En particular, por los escándalos de corrupción. Las confesiones de los cabecillas de la Gürtel sobre la financiación ilegal del PP valenciano sólo son el primer disgusto del año. Por este gran boquete se cuela Ciudadanos, que además de ondear sin complejos la bandera española aparece limpio y con un liderazgo nuevo ante los españoles que quieren moderación, pero también regeneración. Los dirigentes del PP -muchos, la mayoría- que reclaman cambios a Mariano Rajoy han fracasado, de momento. Aunque siguen aferrados a la tesis de que si el presidente del Gobierno aplica las mismas recetas que siempre, el resultado no puede ser distinto al que ha conducido al PP a perder el control del centro-derecha español. El Gobierno ha hecho sus pinitos en las últimas semanas para reorientar la agenda política más allá de Cataluña. Con resultados dispares. Ha conseguido una movilización social para defender la cadena perpetua revisable, al calor de la detención del presunto autor del asesinato de Diana Quer -un suceso con mucha repercusión mediática-, pero ha tropezado en la propuesta del cálculo de las pensiones formulada por la ministra de Empleo. La idea ha introducido confusión en torno a una reforma pendiente, cuya resolución no se aprecia en el horizonte inmediato.

Del mismo modo que tampoco se vislumbra el retorno de la normalidad a Cataluña. La investidura telemática pasará de ser una broma a convertirse en realidad. Y mientras, la política española parece condenada a seguir extenuada y consumida. Sin otra agenda posible que la que ha impuesto el independentismo.