España

Atentado en Barcelona

Dentro del paraíso del hachís de Abdelbaki Es Satty, imam de Ripoll

La casa de la familia Es Satty, en la aldea de Tangaya (Marruecos),...
La casa de la familia Es Satty, en Tangaya (Marruecos), llena de plantas de cannabis. TAREK ANANOU

Madre y hermanos del líder de la célula niegan ser su familia: "Aquí no encontraréis nada"

El imam de Ripoll murió mientras manipulaba explosivos

El padre de dos yihadistas: "A mis hijos los ha vuelto locos el imam"

En las primeras curvas que dan la bienvenida a Bab Taza hay hombres en las aceras ofreciendo placas de hachís del tamaño de la mano de un niño. En esta localidad de la provincia de Chaouen, al norte de Marruecos, nació hace 45 años Abdelbaki es Satty, el imam de Ripoll y cerebro de la célula yihadista que atentó en Barcelona. Su casa, en lo alto de la montaña, bañada en paredes azules, no oculta un jardín con miles de plantas de cannabis. Su madre y sus hermanos están dentro, pero rehúyen hacer declaraciones salvo para negar que son su familia.

EL MUNDO viaja al norte del país en busca de los familiares y la historia del líder del grupo que radicalizó a los chicos, como dejó claro ayer el padre de los hermanos Oukabir, en la entrevista publicada ayer: «A mis hijos los ha vuelto locos el imam».

La rotonda que da paso a la calle principal de Bab Taza está llena de comercios, vendedores variopintos, aduladores y señores del oro negro en una de las regiones del interior del Rif donde más cannabis se cultiva en el mundo. Estos hombres niegan saber nada de los Es Satty. Ni enseñando la foto de Abdelbaki reconocen que su familia esté en la zona. El imam del lugar, un anciano sentado al sol en una terraza, también se hace el despistado. Ayer este periódico publicó que la esposa, hijos (nueve), madre y hermanos se encuentran en esta región.

Hay que adentrarse en las callejuelas del pueblo para que un grupo de chicos reunidos en el interior de una tienda confirmen que la familia Es Satty vive por la zona. En una aldea llamada Tangaya, subiendo la montaña. «Aquí nadie te va a hablar de lo que ha pasado en Barcelona, la gente está muy asustada», dice el dependiente. El ambiente se empieza a enrarecer y la noticia de que unos periodistas andan buscando a la familia de Abdelbaki corre rápido. «Sed discretos y no vayáis preguntando a todo el mundo», aconseja un hombre en perfecto castellano.

Pasando la primera gasolinera hay que subir un camino, mitad asfalto mitad arena, y recorrer 15 kilómetros a 2.160 metros de altitud hasta encontrar Tangaya. El trayecto está rodeado de plantaciones de cannabis de las que sacan la resina (el hachís) que luego llega hasta Europa. Incluso el jardín de la mezquita está lleno de estas plantas. «¿Los Es Satty? Todo esto es suyo», explica un joven señalando una finca a la izquierda del camino. Eso que explica por qué Abdelbaki fue detenido en 2010 por tráfico de drogas. Llegó hasta Ceuta con un coche cargado de hachís bien escondido entre asientos forrados y los bajos del vehículo. Logró pasar la frontera pero no tuvo la misma suerte al intentar entrar en el ferry que va hasta Algeciras.

Debajo de una humilde casa azul con los tejados cubiertos de aluminio hay tres hombres y una mujer, los hermanos y la madre del imam. La señora se mete enseguida dentro de la vivienda. «Aquí no vive ningún familiar, están todos en España», niega el más mayor de los hermanos, con una visera en la cabeza que le tapa los ojos. «Aquí no vais a encontrar lo que buscáis», añade otro, cada vez más nervioso. El imam se marchó del pueblo hace 15 años. Dejó de predicar en Ripoll en junio con la excusa de que iba a volver unos meses a Marruecos, pero no ha pisado su país durante todo este verano.

«Lo que ha hecho Abdelbaki es terrible, lavar la mente a unos críos para que maten a inocentes. Esto daña mucho a nuestra religión, que es de paz» asegura uno de los pocos vecinos del lugar que se atreven a hablar del atentado de Barcelona.

Ayer, los Mossos d'Esquadra confirmaron que el imam es uno de los hombres que fallecieron en la explosión de la casa de Alcanar, mientras manipulaban artefactos para colocarlos en la Ciudad Condal.