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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Joaquín Prieto, el verdadero valor de nuestro oficio

El periodista de EL PAÍS, que ha muerto este martes, supo ser siempre honesto y profesional

Joaquín Prieto rodeado de sus compañeros del equipo de investigación. De izquierda a derecha, José María Irujo, Juan Jesús Aznarez, José Luis Barbería y Antonio Caño.
Joaquín Prieto rodeado de sus compañeros del equipo de investigación. De izquierda a derecha, José María Irujo, Juan Jesús Aznarez, José Luis Barbería y Antonio Caño.Raúl Cancio
Soledad Gallego-Díaz

Joaquín Prieto tuvo mucha suerte en la vida. Hizo siempre aquello que amaba, el periodismo, y el periodismo le dio todo lo que necesitó, incluido el amor de su vida, su mujer. Desde que entró en la Escuela Oficial de Periodismo, con 18 años, recién aprobado el Preu, Joaquín fue un periodista hecho y derecho, con una vocación de roca y una habilidad especial para investigar. Le conocí muy bien porque estuve cuatro años tras él en aquellas aulas (sentada en la fila posterior), y porque luego coincidimos en una agencia de noticias, Pyresa, y en el diario EL PAÍS. De hecho, ahora que lo pienso, trabajamos casi toda la vida juntos, salvo una pequeña etapa suya en los servicios informativos de RTVE, los más profesionales que tuvo nunca. Sé que no dudó jamás de su oficio y que en las circunstancias más duras supo ser siempre honesto y profesional.

Fue un periodista serio, lo que no quiere decir formal o melancólico. Quizás a algunos de los jóvenes redactores de EL PAÍS, que le conocieron ya como miembro del equipo editorial, les resulte difícil imaginarle haciéndole un placaje de rugby a un redactor jefe algo trastornado, al que una madrugada le dio por tirar máquinas de escribir al suelo. Pero yo le vi. Vi como levantaba despacio la cabeza de su propia máquina, tomaba impulso y tiraba a aquel hombre al suelo, mientras le decía con voz tranquila: “No se rompe el material de trabajo”. Joaquín venía de una tradición obrera, socialista y sacrificada, y adoraba a un abuelo austero y reflexivo que sustituyó a su padre, muerto cuando él tenía seis años, y que le enseñó el valor del trabajo y del compañerismo. Su otra gran referencia, la música clásica, que amaba con pasión, la debió a un joven compañero de instituto con quien oyó los primeros discos.

Así que Joaquín no fue ni formal ni apagado. Fue serio. Quizás ahora no se sepa muy bien qué significa eso, pero en mi época, en nuestra época, estaba claro: un periodista serio era aquel que hacía su trabajo con exactitud, con rigor y esmero. Significaba no ser arrogante, ni aparatoso. No ceder hasta comprobar un dato, perseguir una información, documentarse, averiguar, encontrar las circunstancias, el origen, las razones que rodean una noticia, no dejarse intimidar, ni lo que es más difícil, halagar o manipular, ni por las fuentes, ni por los jefes ni por los subordinados. Joaquín Prieto era exactamente así. No le gustaba jugar con la información ni escribir nada que no pudiera defender párrafo por párrafo al día siguiente.

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Homenaje a Joaquín Prieto en la portada de EL PAÍS.
Homenaje a Joaquín Prieto en la portada de EL PAÍS.

Compartimos trabajo en la época de la Transición. Joaquín tenía buenos contactos entre los socialistas y los comunistas y fue uno de los pocos periodistas convocados a la famosa rueda de prensa de un Santiago Carrillo aún clandestino. Fue también uno de los primeros periodistas de investigación de EL PAÍS y formó parte del equipo que escribió dos libros fundamentales para conocer dos acontecimientos decisivos de la historia reciente española: el asesinato de Carrero Blanco y el golpe de Estado del 23-F. Son piezas formidables de periodismo serio, plagado de datos, hechos, verdades, dos “Prietos” de arriba abajo, que aún hoy podrían ser explicados en las facultades de periodismo como modelos de reportaje.

Le pedí algunas veces que escribiera un libro sobre el socialismo francés, que conoció bien durante su etapa como corresponsal en París. Joaquín admiraba la fortaleza del Estado francés y el republicanismo en la educación y se esmeró en conocerla bien. Fue él quien nos contó la primera vez que un candidato socialista, Lionel Jospin, no lograba pasar a segunda vuelta presidencial y la primera vez que el Frente Nacional sí lo conseguía. En los últimos días seguía inquieto la repetición de la noticia, tantos años después, con renovada confianza. “Francia no caerá”, me dijo.

El periodismo te mantiene plantado en la tierra, escribió Ray Bradbury. Quizás ustedes hayan jugado alguna vez al juego de “Si fuera….”: averiguar de quién se habla, atribuyéndole características de cosas. “Si fuera algo, ¿qué sería?” Joaquín Prieto sería un árbol, un árbol serio y sólido, firme, tenaz, pero sobre todo un árbol amistoso, a cuya sombra recurrir siempre cuando te invadiera la duda o el desaliento. Un árbol que nos mantenía plantados en la tierra, demostrando el verdadero valor de nuestro oficio. Gracias, amigo, hasta siempre.

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